Las centrales sindicales
Auteur | Eguzki Urteaga |
Pages | 29-49 |
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En este inicio de siglo, el sindicalismo conoce una situación paradójica. Por una parte, continúa apareciendo como un actor central de las regulaciones laborales y generando una abundante literatura, regularmente enriquecida por trabajos novedosos15. Por otra parte, todos los países conocen un declive del número de afiliados sindicales desde hace una década. Las transformaciones del capitalismo hacen vacilar los fundamentos sociológicos y culturales del sindicalismo. Sin embargo, su crisis es más importante y más antigua en Francia, donde se caracteriza por una grave y persistente debilidad y por una extrema fragmentación de sus organizaciones. No obstante, a pesar de una dificultad creciente para mantener y renovar sus afiliados, las formas sindicales continúan diferenciándose en función de los países porque siguen estando profundamente influenciadas por las tradiciones y experiencias nacionales.
Entre los sindicatos de masas de los países escandinavos, las poderosas organizaciones alemanas o inglesas y las centrales sindicales francesas, existen notables diferencias en cuanto a sus audiencias, su reconocimiento institucional, sus modos de organización así como los repertorios de acción utilizados. En el ámbito sindical internacional, Francia juega una partitura relativamente singular cuya puesta en perspectiva internacional e histórica permite trazar los primeros contornos. Un breve panorama de las teorías del sindicalismo pone de manifiesto hasta qué punto esa diversidad ha influido en la manera de teorizar el hecho sindical. Estos enfoques ponen en evidencia la especificidad del caso francés, las peculiaridades de sus modos de organización y la importancia de su crisis de audiencia.
La debilidad de la afiliación en el sindicalismo francés es un hecho a la vez conocido y problemático. Incluso si la afiliación a una organización sindical no
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tiene el mismo sentido en todos los países, la comparación internacional de la sindicalización cobra cierto sentido. Completada por una puesta en perspectiva histórica, ofrece los primeros elementos de comprensión del hecho sindical.
La comparación internacional permite subrayar que la primera especificidad del caso francés estriba en el secreto que rodea el número de afiliados. En la mayoría de los países desarrollados, las estadísticas sindicales son públicas, accesibles y averiguables. En Francia, por el contrario, los investigadores no tienen acceso a los datos internos de las centrales, lo que no permite autentificar las cifras reivindicadas. La segunda singularidad se fundamenta en la debilidad relativa del sindicalismo galo a lo largo de su historia. Excepto durante los breves periodos de efervescencia de 1936 y 1945-1947, la debilidad numérica es una realidad antigua, aunque nunca haya sido tan pronunciada. Los datos más recientes recogidos por Visser (2006) subrayan la precocidad y la importancia relativa de ese declive.
A nivel internacional, existe una gran diversidad de las tasas de sindicalización entre los países industrializados. Más aún, se produce un incremento de las diferencias de sindicalización. En 1970, Suecia ocupa el primer lugar con el 67,7% de trabajadores afiliados y Francia se sitúa en la última posición con el 21,7%, es decir, una diferencia de 46 puntos. En 2003, Suecia continúa ocupando el primer lugar con un incremento de la tasa de afiliación sindical del 78%, mientras que Francia se tiene que conformar con el 8,3% (una diferencia de 70 puntos). Existen unas disposiciones legales y convencionales desigualmente favorables al hecho sindical, lo que determina ampliamente la evolución de los sindicalismos nacionales. En los años 1970, la mayoría de los países asiste a una progresión de la tasa de sindicalización, mientras que Francia pertenece al grupo de los países en declive. En la década siguiente, las tasas de sindicalización bajan en 14 países entre los cuales el Hexágono se caracteriza por una caída del 45%. El sindicalismo se enfrenta, por lo tanto, a unas dificultades manifiestas en la mayoría de los países, a pesar de que su intensidad sea distinta. Desde 1970, Francia ha perdido cerca del 60% de sus afiliados.
Francia y Estados Unidos aparecen como los dos países donde el sindicalismo se enfrenta a los mayores problemas. Con España y Japón, estos países son las potencias industriales que tienen unas tasas de afiliación sindical inferiores al 20%, mientras que cuatro países (Suecia, Dinamarca, Finlandia y Bélgica) conservan unas tasas superiores al 50%. Los demás países se sitúan
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en una posición intermedia, con unas tasas que oscilan entre el 20 y el 35%. «La diferencia del nivel de sindicalización entre las sociedades industriales avanzadas es mayor que para cualquier otro indicador socioeconómico o político»16. Estas diferencias se inscriben en unas historias sindicales relativamente diferenciadas.
Se pueden distinguir tres fases en la historia del hecho sindical. Se desarrolla inicialmente como una organización del mercado laboral y se afirma a partir de la segunda mitad del siglo XIX como un movimiento social, para convertirse en el siglo XX en una institución fundamental de las economías desarrolladas. Estas fases han marcado de diferente forma las historias nacionales y constituyen unas dimensiones más o menos presentes en las formas sindicales contemporáneas en función de los países.
El sindicato como organizador del mercado laboral. Designando en el siglo XVIII una asociación para la defensa de los intereses corporativos, la noción de sindicato toma el sentido de asociación de defensa de los intereses profesionales de los trabajadores en la primera mitad del siglo XIX. Los primeros sindicatos se crean con el objetivo de regular el mercado laboral. En Europa se enfrentan a la prohibición de formar cualquier coalición profesional en nombre del liberalismo económico que caracteriza el inicio de la revolución industrial. Se trata de poner fin al corporativismo y de favorecer la libre competencia. Después de la Revolución francesa, los Constituyentes prohíben las corporaciones y las coaliciones de gremios por la ley d’Allarde del 2 de marzo de 1791. Librados de la tutela de las corporaciones, los obreros fundan entonces unas coaliciones que intentan imponer unos salarios a los empleadores. Pero la ley Le Chapelier del 14 de junio de 1791 prohíbe cualquier asociación entre personas de un mismo oficio y cualquier coalición obrera.
La Revolución francesa consagra el individualismo político y la desconfianza hacia los cuerpos intermedios que se sitúan entre los ciudadanos y el gobierno. No obstante, estas leyes no hacen desaparecer las acciones concertadas, más o menos toleradas por la patronal y a menudo discretamente impuestas por los obreros bajo la forma de una sociedad de ayuda mutua o de unos convenios. En Inglaterra, los Combination Acts de 1799 y 1800 reprimen las coaliciones, pero estas leyes son abrogadas a partir de 1824 y 1825. En este sentido, las
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asociaciones y la huelga son legalizadas sesenta años antes en Inglaterra en comparación con lo que sucede en Francia, lo que facilita un desarrollo sindical más precoz. Las primeras reuniones de oficios que se desarrollan en Inglaterra reúnen sobre todo a los obreros cualificados que privilegian la defensa de sus competencias profesionales y el cierre de su oficio a los obreros no cualificados17. Esta concepción del sindicalismo como cartel de trabajo marca profundamente el Trade Union Congress, confederación británica fundada en 1868, y todavía más el sindicalismo de la American Federation of Labor, creada en 1886. Ello provoca tensiones, con unas organizaciones que rechazan esta estrategia y aspiran a organizar a todos los trabajadores.
Los escritos de Sidney y Beatrice Webb son representativos de esta percepción del sindicalismo como agente de regulación del mercado laboral. En su libro titulado Industrial Democracy (1897), los Webb se declaran a favor de un sindicalismo que trabaja, a través de la negociación colectiva, el seguro mutuo, la legislación, así como «la limitación del número y la regla común», para salvaguardar o mejorar las condiciones laborales de los afiliados sindicales. La reducción de su número permite a los sindicatos influir en las negociaciones salariales. La regla común fija unas garantías mínimas en materia de salarios, horarios y condiciones laborales. Los Webb defienden un sindicalismo obligatorio, teorizando las prácticas de closed shop que se extenderán en los países anglosajones.
El sindicato como movimiento social. En el inicio del siglo XX, se produce en Europa un desarrollo de los sindicatos que se abren cada vez más a los trabajadores no cualificados. La lucha sindical se junta al combate político. En numerosos países, las organizaciones sindicales se unen a los partidos socialistas. El debate entre los reformistas y los rupturistas se extiende a todos los países. La lenta industrialización, la tradición de lucha social y política, su reconocimiento más tardío y la actitud patronal explican probablemente en parte la debilidad del sindicalismo francés. Hay que esperar la ley de 1864 para que el hecho...
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